La nueva apuesta de Kogonada llega con un título que parece condensar toda la ambición detrás del proyecto: A Big Bold Beautiful Journey. Y sí, la película tiene momentos grandes, audaces y hasta bellos, pero no siempre logra sostenerlos en conjunto

Protagonizada por Margot Robbie y Colin Farrell, la pelicula se presentó en premiere con un público que acompañó con aplausos espontáneos en varias escenas. Eso ya dice algo. Es un film pensado para emocionar, para hacer vibrar al público, más que para dejar huella en la crítica especializada.
La primera media hora es desconcertante. Como espectador, la sensación es confusa ¿qué estoy viendo? ¿hacia dónde va esto? Esa incertidumbre puede ser un recurso narrativo atractivo, pero acá no termina de cerrar porque la lógica interna del relato nunca aparece del todo. El guión juega con cierta indefinición, con atmósferas más que con explicaciones, pero esa ambigüedad se siente más como una carencia que como una decisión estética firme. En otras palabras, no convence, aunque tampoco disgusta.

Y sin embargo, contra todo pronóstico, la película atrapa. Lo hace gracias a los momentos de nostalgia que aparecen intercalados en la historia, esos instantes cargados de emoción que apelan a la memoria afectiva del espectador. Kogonada sabe cómo filmar lo íntimo, cómo sostener un plano lo suficiente como para que la emoción se filtre, y ahí es donde la película encuentra sus mejores pasajes. Son momentos que, incluso con un guión flojo, terminan funcionando.
Las actuaciones también ayudan. Robbie y Farrell son dos figuras enormes y cumplen con lo que se espera de ellos. No hay nada sorprendente ni disruptivo en su trabajo, pero sí oficio, carisma y química en pantalla. La película no les exige demasiado rango ni riesgo, pero aun así logran mantener la tensión emocional que la trama pide. En ese sentido, se sienten como pilares que sostienen una estructura que de otra manera sería mucho más inestable.

Lo visual es otro punto que merece mención. Kogonada siempre fue un director obsesionado con la estética y, aunque aquí está mucho más volcado al espectáculo mainstream que en trabajos anteriores como Columbus o After Yang, todavía se percibe esa mirada precisa para la composición del plano. Hay imágenes que quedan resonando incluso cuando la trama ya se perdió en sus propias contradicciones.

En definitiva, A Big Bold Beautiful Journey no es un peliculón, ni está pensada para el público crítico ni para los cinéfilos; apunta a un espectador más masivo, pochoclero, que quiere dejarse llevar por la emoción de la sala. Y en ese terreno funciona, es entretenida, genera momentos compartidos, arranca aplausos y cumple con el ritual de una buena experiencia colectiva en cine. Lo que queda en deuda es la consistencia narrativa: sin una lógica sólida que sostenga el viaje, la película nunca llega a ser tan “grande, audaz y bella” como promete. Pero igual, en ese caos a medias, consigue algo importante, que la disfrutes mientras dura.