Dirigida por Noah Hawley (Fargo), la serie transcurre dos años antes de los eventos sucedidos en Alien: El octavo pasajero. Por primera vez, la franquicia abandona el espacio para mostrarnos la Tierra, sacrificando sus elementos más terroríficos: el encierro y el vacío de la galaxia

La saga de Alien es una de las franquicias de ciencia ficción más determinantes en la historia del género. Sus primeras películas no solo marcaron un antes y un después en el mundo de los efectos especiales, sino que también llevaron a la pantalla historias que hasta ese momento hubiesen sido imposibles de contar. A 46 años de Alien: El octavo pasajero, Disney+ lanza 8 capítulos de una serie que explora los verdaderos orígenes de la relación entre los humanos y los Xenomorfos.
El 12 de agosto se estrenaron los dos primeros episodios, con una historia que sorprendió a la mayoría de los fans: en vez de centrarse en la criatura que ya conocemos, Hawley opta por mostrar un mundo distópico dominado por corporaciones multimillonarias como Weyland-Yutani y Prodigy. Ambas controlan un territorio asignado de la tierra, y la trama se desata cuando una nave cargada de especímenes alienígenas de Yutani se estrella en la ciudad de Prodigy. El accidente no solo destruye edificios y pone en riesgo a los civiles, sino que también abre la puerta para que Boy Kavalier (Samuel Blenkin) —joven genio multimillonario y dueño de Prodigy— se apropie de todos los seres vivos que ni siquiera se tomó el trabajo de recolectar.

Por otro lado, la llegada de la nave coincide con el mayor avance científico de la historia. Boy Kavalier descubre cómo transferir la conciencia humana de un cuerpo a un sintético, creando así una nueva raza de robots en el universo de Alien: los híbridos. Su mejor (y peor) decisión fue buscar niños con poca esperanza de vida para poner en estas máquinas –de un trillón de dólares— y fingir sus muertes para que sus familias no los busquen. La primera en atravesar este proceso es Marcy (Florence Bensberg), quien pronto se convierte en Wendy(Sydney Chandler) y en la preferida de Boy Kavalier. Ella pasa a ser una especie de guía para los otros niños que también serán transferidos a robots, liderando un equipo de cuerpos adultos con súper poderes, pero con mentes infantiles.
A pesar de supuestamente ser un genio absoluto en lo que hace, Boy Kavalier decide mandar a estos niños recién convertidos en superhéroes a la nave estrellada en su ciudad. Wendy insiste en ir porque sabe que Joe (Alex Lawther) –su hermano— estará ahí, ya que es un médico militar y probablemente esté en peligro debido a que no sabe sobre las criaturas que se pueden escapar. El inicio de la serie es sumamente interesante, abriendo un capítulo que nunca vimos en la saga y planteando un mundo completamente consumido por el capitalismo. Los sintéticos siempre fueron una parte muy importante de las películas –tanto como antagonistas o aliados— y tiene sentido explorar estos conceptos en un mundo futurista donde lo que más importa es conquistar la inmortalidad.

Kirsh (Timothy Oliphant) es otro sintético y la mano derecha de Boy Kavalier. Lidera la misión de rescate y se encarga de mantener a todos los niños bajo control, aunque sus decisiones parecen responder más a las exigencias del guion que una lógica interna del personaje. En muchas ocasiones la serie parece indicar que Kirsh tiene un plan secreto que de a poco se va ejecutando, pero esto es rápidamente descartado en el inicio del próximo capítulo, convirtiéndose en un cliffhanger absurdo que también perjudica el ritmo narrativo. Aun así, la interpretación de Oliphant eleva estos momentos con sutileza, generando una sensación de misterio e intriga alrededor de todo lo que hace. Sin embargo, al igual que muchos elementos en la serie, esto se termina diluyendo sin consecuencias reales.
A pesar de que al principio no sabemos qué fue lo que sucedió en la nave que se estrelló, el primer capítulo nos presenta otra raza de robots nunca antes vista en la saga: los Cyborgs. Morrow (Babou Ceesay) es una combinación entre humano y máquina, conservando su parte orgánica con agregados como una espada retráctil en su brazo. Responsable de la seguridad de la tripulación, es el único sobreviviente gracias a que logra refugiarse en una cápsula de impacto antes de chocar contra la Tierra. Bajo el servicio de Yutani, Morrow se dirige a donde están los famosos huevos de los facehuggers y ahí es donde se encuentra con dos de los niños superhéroes: Smee (Jonathan Ajayi) y Slightly (Adarsh Gourav), enviados por Kirsh a vigilar los especímenes. Ninguno de los dos sabe cómo manejar la situación y Morrow se aprovecha de su ingenuidad para plantar un dispositivo en Slightlyque le permitirá comunicarse con él por el resto de la serie para sabotear los planes de Boy Kavalier.

Mientras tanto, Wendy se reúne con su hermano y se enfrenta contra el Xenomorfo más violento de toda la saga, que termina suelto en el edificio destruido y masacra a todas las personas que se cruza (excepto a los protagonistas). Estos dos primeros episodios son una base casi perfecta de hilos narrativos que continuaremos viendo por el resto de la serie. Joe se unirá a los niños en la isla de Boy Kavalier debido a que su vida peligra, Slightly será manipulado por Morrow para liberar a uno de los facehuggers y todas las demás criaturas capturadas volverán con ellos para ser objetos de nuevos experimentos. Al igual que Jurassic World: Dominion, la serie no se anima a lidiar con la premisa de un planeta Tierra invadido por los Xenomorfos (o por dinosaurios) y decide confinarlos a todos en una isla remota. Pasan a ser un telón de fondo, en vez de ser los protagonistas de un mundo transformado por su presencia.
Esto podría ser aceptable si los personajes que encabezan la historia fueran interesantes, pero lamentablemente, lo mejor de Alien: Earth radica en las nuevas criaturas y cómo invaden a su huésped. Aunque los actores de los híbridos hicieron un gran trabajo interpretando adultos aniñados, la serie se estanca tras el segundo episodio, entrando en un bucle de cliffhangers que no llegan a ningún lado e hilos narrativos que no avanzan o no se resuelven hasta el anteúltimo capítulo. De todas maneras, es imposible no enternecerse y sentir empatía por ellos, ya que en el fondo sabemos que lo único que tienen de fuerte es el metal que los compone, pero esos instantes de ternura entre ellos no son suficientes para mantenerte atrapado mientras tanto.

Entre estos episodios tediosos y sin verdadero avance de la trama se encuentra el capítulo cinco, que finalmente revela qué sucedió en la nave para que se estrellara contra la Tierra. Morrow descubre que hay un saboteador a bordo y, siendo el responsable de la seguridad, se encarga de investigar hasta encontrar al culpable. En principio, la idea está buena porque no conocemos a estos personajes ni sus motivaciones, así que acompañamos al cyborg mientras va juntando las piezas del rompecabezas. Sin embargo, el episodio se desmorona al mostrar a supuestos expertos en pilotar una nave supersónica cometiendo errores incomprensibles. La encargada de los alienígenas deja una lata destapada y unos insectos se escapan, la oficial al mando entra en pánico y nadie activa los protocolos básicos de cuarentena (los que la mismísima Ripley de Sigourney Weaver defendía a muerte en la primera película). Con todo lo que sucede, no hacía falta ningún saboteador para que la tripulación pierda la cabeza.
El resultado es un remake de Alien: El Octavo Pasajero que ignora por completo lo que convirtió a ese clásico en un ícono de la ciencia ficción. No hay sutileza con el monstruo, los personajes no se comportan como líderes de una nave que explora rincones desconocidos del espacio y el episodio remata con un giro argumental: Boy Kavalier hizo una videollamada con uno de los tripulantes y le prometió ser millonario si saboteaba la nave para que se estrelle en el territorio de Prodigy. Cualquier persona que vio otra entrega de la saga sabe que sería imposible comunicarse así con una persona desde la tierra, y aún si se acepta el artificio, el giro no altera en nada la trama. En teoría podría motivar a Morrow a buscar venganza, pero le falta el peso dramático que los creadores parecen creer que tiene.

El final de la serie no resuelve ninguno de los problemas ya señalados (es más, los empeora). Wendy logra comunicarse con los Xenomorfos en la isla y la criatura que solía asustarnos en la oscuridad ahora está en plena luz del día siguiendo órdenes de una híbrida. No es que la idea no sirve para expandir este universo, pero la manera en que deciden filmar al muñeco y cómo abordan este nuevo poder de Wendy es completamente errónea. La puesta en escena transforma al Alien en un ser domesticado, y el espectador queda atrapado en una confusión: ¿tenemos que sentir empatía por él? Ni siquiera la serie parece tener una respuesta a esta pregunta. El anteúltimo capítulo termina en otro cliffhanger, que enfrenta a Joe y a su hermana Wendy cuando él se ve obligado a atacar a otra híbrida, pero en el siguiente todo parece estar bien de nuevo.
Alien: Earth demuestra un enorme potencial desperdiciado, como casi todas las últimas entregas de esta saga. El final pretende dejarnos ansiosos, muertos por ver más, pero no es más que otro de los miles de cliffhangers que se usaron durante toda la temporada. La serie se convierte en un bucle interminable de construir hacia algo solo para demorarlo lo más posible, hasta llegar a un supuesto clímax en los últimos dos capítulos que ni siquiera cumple su propósito de cerrar los hilos narrativos que se abrieron hasta ese momento.
Puntaje: 5/10